La escuela-museo que donó Quinquela Martín y que hoy recupera el color de sus murales

¿Quién le dio más a quién?, ¿La Boca a su hijo preferido, Benito Quinquela Martín?, ¿o el pintor a su barrio, al que hizo famoso en el mundo con su arte?

Sin uno no existiría el otro. Y tampoco varios emblemas de La Boca. Porque Quinquela, el pintor que pintó su aldea, también le hizo varias donaciones a su barrio. Entre ellas, la escuela-museo «Pedro de Mendoza», a la que decoró con 17 murales. Después de años de oscuridad, esas pinturas están siendo restauradas, para que los alumnos vuelvan a convivir con los colores originales que dejó el maestro.

No se sabe cuándo nació el pintor. Porque el 20 de marzo de 1890 fue abandonado en un orfanato con una nota que reportaba su nombre: Benito Juan Martín. Se estimó, entonces, que había nacido unos 20 días antes, y por eso se le fijó como cumpleaños el 1° de marzo.

A sus seis años fue adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina, un matrimonio de laburantes de La Boca. Con los años, el pintor castellanizó la pronunciación italiana de su apellido y se cambió el nombre a Benito Quinquela Martín.

Acaso porque fue huérfano, se convirtió en hijo pródigo. De su familia y de su barrio, al que le donó un lactario, un jardín de infantes, una escuela primaria y una secundaria técnica. Un camino entero para los chicos necesitados de La Boca, desde la alimentación en la primera infancia hasta una salida laboral con un oficio en la adolescencia.

Y todo, con arte. Por eso, en la escuela N°4, que queda en Pedro de Mendoza 1835, los 390 alumnos (de La Boca, Dock Sud y la Isla Maciel) conviven en la biblioteca, el patio y en todas las aulas con las pinturas que regaló Quinquela Martín.  En la escuela aseguran que «los chicos no pasan de grado, pasan de mural”.

La escuela fue inaugurada el 18 de julio de 1936. «Quinquela eligió el terreno donde antes había funcionado una fonda en la que se habían conocido sus padres», cuenta Víctor Fernández, director del Museo Benito Quinquela Martín, que queda en el mismo edificio.

No le fue fácil que las autoridades educativas aceptaran que decorara la escuela con sus pinturas. Uno de los argumentos de los críticos era que el convivir con obras de arte de un maestro podía cohibir o censurar la propia creatividad de los alumnos. O que podían ser una distracción en el aula.

Quinquela no estaba de acuerdo. Incluso, sospechaba que el motivo de la negativa eran celos artísticos. Incluso, llegó a recibir a algunos rivales en su oficina con un revólver sobre la mesa. Descargado, como se ocupó de aclarar después.

Y como era bastante cabeza dura, Quinquela pintó igual. Sin autorización, a escondidas, y colocó los murales «de prepo». Entre 1935 y 1936, en su taller fue pintando los paños que, luego unidos, conforman cada mural. Están hechos sobre un material llamado «celotex», un aislante de aglomerado de cartón, similar a lo que hoy se conoce como durlock.

Así, hizo 13 murales. Además, en composiciones de cerámicas, agregó otros dos en el patio cubierto de la escuela. También pintó un enorme fresco en el hall del primer piso. Y en la entrada, en la vereda, sumó otra pintura, en cemento policromado.

La restauración comenzó hace dos años, se vio afectada por la pandemia y ahora está retomando su ritmo. «Además de intervenir en los murales, se repara toda el aula y se cambia la iluminación», explica Matilde Pirovano, directora de Gestión Cultural del Ministerio de Educación de la Ciudad, que es el organismo encargado de la restauración.

Los trabajos se iniciaron por las pinturas que estaban más dañadas. La primera, «Cargadoras de naranjas en Corrientes», se terminó en 2019. «Estaba tan deslucido que las naranjas parecían papas», recuerdan en la escuela.

El siguiente fue «Buzos en el fondo del mar», en otra de las aulas. Este mural tiene una particularidad: incluso restaurado, es notablemente más oscuro que lo que uno conoce o espera de un cuadro de Quinquela Martín. «En sus murales se permitía cambiar de disciplina, mostrar otros temas. El de los buzos también era parte del trabajo de la gente del barrio», explica Víctor Fernández.

Por estos días, comenzó la restauración de «Regreso de la pesca», el tercer mural que recuperará su imagen.

¿como se hace la restauración?

Para el trabajo técnico, la Ciudad contrató a especialistas de la Universidad Nacional de San Martín. Se trata del Centro TAREA (por «Taller de Restauro de Arte»), un programa que funciona desde 2004 y es parte de la licenciatura en Conservación de Bienes Patrimoniales.

La coordinadora del proyecto de los murales es Judith Fothy. «Nos guiamos por criterios internacionales, como la mínima intervención y el máximo respeto por el original. Trabajamos en equipo con historiadores, químicos y físicos”.

En los dos primeros murales intervinieron dos restauradoras profesionales y tres alumnas avanzadas. «Se hace un largo trabajo previo, de un mes, investigando los materiales usados en cada mural y su historia», cuenta Fothy.

Luego, manos a la obra. En jornadas de unas 7 horas, que siempre están condicionadas por la propia actividad de la escuela y por los protocolos pandémicos. De a dos por andamio, las expertas van removiendo el barniz, reparando daños, recuperando la magia de Quinquela.

La humedad del Riachuelo, el polvillo ambiental, la exposición a la luz directa y algún que otro pelotazo de los chicos fueron dejando a los murales muy degradados. Pero con el trabajo actual se alcanza hasta un 90% de recuperación.

«Es un proyecto muy emocionante y redondo. Es más que restaurar un mural, es seguir una idea muy pionera, la de un artista y filántropo que ofreció una salida al barrio y lo convirtió en un pedazo de Buenos Aires», resume Fothy.

La recuperación de cada pintura demora entre 5 y 6 meses. Por eso, se estima que en unos tres años se terminarán de reparar los 13 murales que necesitaban intervención. Los otros cuatro están en buen estado.

OTRAS HUELLAS
Los murales de la escuela-museo no son los únicos que pintó Quinquela. En total hizo 76, distribuidos en distintos puntos del país, algunos en conjunto con otros artistas. En la Ciudad y sus alrededores, por ejemplo, hay uno en la cancha de Boca, dos en la confitería del estadio de River, uno en la sede social de Racing en Avellaneda, uno en el aula magna de la facultad de Odontología, dos en el teatro Regina y 13 en el Teatro de La Ribera, a metros de la escuela. Y, entre los otros, hay dos en el piso de los andenes de la estación Plaza Italia del subte D.

¿Cuánto valen? No tienen precio, es impensable cotizarlos e imposible moverlos. Sólo para tener un parámetro, «el cuadro más caro de Quinquela Martín fue vendido en más de 400.000 dólares en 2013 en una subasta y lo compró un coleccionista privado», contó Víctor Fernández.

Además, está claro que Quinquela Martín no pintó esos murales en la escuela con un ánimo comercial sino para que los chicos vieran en sus aulas lo que eran los oficios y la cultura de La Boca, ese barrio portuario de marineros, barcos, cargadores, carnavales, músicos y artistas.

Así parece seguir observándolo la estatua de Quinquela, esa que desde el Riachuelo mira a la escuela que el donó y llenó de un color que hoy va volviendo aparecer, escondido debajo del tiempo.

FUENTE: Clarin